miércoles, 4 de abril de 2007

RASTA ROCKETS: Una utopía helada


En Jamaica, un país conocido principalmente por el reggae, y su máximo exponente Bob Marley, comenzó en 1987 una aventura que daría mucho que hablar.

Se encontraban dos hombres de negocios americanos discutiendo en un bar de Kingston, Jamaica, cuando en los alrededores vieron a un grupo de isleños jugando con unos carros de madera artesanales, y compitiendo entre ellos. En ese instante George Fitch y William Maloney tuvieron una idea absurda pero genial, crear la selección jamaicana de bobsleigh.

Nadie se presentó a las pruebas para participar en esta aventura, pero el ejército reclutó a varios de sus miembros para comenzar este utópico sueño. Comenzó un entrenamiento largo y duro con vistas a las Olimpiadas de Calgary ´88, donde querían demostrarse a sí mismos que eran capaces de hacer un buen papel, y así entrar en la historia.

Su primera participación en unas Olimpiadas de invierno causó un tremendo revuelo en todo el mundo. Una selección jamaicana de bobsleigh sonaba a chiste, se concebía como contradictorio asociar un país caribeño con un deporte de invierno. La competición en sí concluyó cuando se produjo un tremendo choque que acabó con las ilusiones de los “reggae boys”. El orgullo permaneció intacto y todo el mundo supo apreciar su esfuerzo, pero ellos querían más.

Llegaron más Olimpiadas y el país caribeño fue un fijo en todas ellas, haciendo cada vez un papel más digno, por delante de superpotencias como Estados Unidos o la antigua URSS. El sueño se hizo realidad cuando en 2001 lograron ser campeones del mundo, consiguiendo así una hazaña que se antojaba imposible años atrás.

La simpatía que despierta este curioso combinado allá por donde va, provocó que a mediados de los 90, la Disney realizara una película sobre esta curiosa historia, titulada “Cool runnings”. Gracias a estos exóticos deportistas, otros muchos atletas han luchado por su sueño, conscientes de que no hay nada imposible en el mundo del deporte. Quien le iba a decir a George Fitch que aquel cálido día de 1987 en Kingston, cuando pronunció aquel escueto “¿Y por qué no?”, se estaba gestando una aventura, que 20 años más tarde todavía se recuerda por aquelos lares.

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