El sumo es considerado el deporte nacional de Japón desde su nacimiento hace más de cuatro siglos. A lo largo de su historia ha ido conservando distintas costumbres que se mantienen en la actualidad. Desde los cintos (mawashi) a los curiosos moños (oicho), pasando por el sistema de categorías y la ceremonia religiosa previa.
Este deporte en esencia es bastante simple. Dos luchadores tienen como objetivo sacar a su oponente del dohyo (círculo) o que toque el suelo con cualquier parte de su cuerpo a excepción de los pies. Antes del combate, se produce un ritual en el que los adversarios se ponen de cuclillas y se miran a los ojos, tirando sal al aire para purificar el círculo. La lucha en sí generalmente dura pocos segundos, aunque en ocasiones puede alargarse varios minutos.
La caballerosidad es un rasgo primordial de sumo. Apenas hay malos modos ni excesivos gesto de alegría cuando se vence. La decisión del árbitro, que viste con traje típico de guerrero japonés, es sagrada sea correcta o no. Para muchos este deporte es casi una religión o un modo de vida. Durante los seis torneos importantes que se celebran al año, el país se paraliza para homenajear a sus guerreros nacionales.
A los luchadores de sumo se les asigna una categoría dependiendo de sus resultados. Las principales son sekiwake, ozeki y sobre todo, yokozuna. Los afortunados que consiguen ser yokozunas no pueden ser ya privados de ese honor, aunque se da por hecho que cuando sus resultados no sean los adecuados rechazará a su puesto, retirándose de la profesionalidad. Solo 67 luchadores han llegado a este rango en toda la historia. Algunos de ellos héroes nacionales en el páis del sol naciente como Kitanoumi, Takanohana, y dos de lo últimos, Musashimaru y Akebono, los dos únicos extranjeros capaces de entrar en el tradicional deporte japonés. Nacidos en Samoa y Hawai respectivamente, estos dos luchadores, han abierto nuevas puertas a este deporte. La globalización también ha sido capaz de llegar al sumo y el honor de ser yokozuna ya no queda solo reservado para los deportistas nacionales.
En España, solo las retransimisiones de Eurosport, nos acercan este curioso deporte milenario, que para los japoneses es mucho más que un simple juego en el que hay que sacar al adversario de un círculo. La historia de su propio país está reflejada en cada combate, en cada gesto y en cada movimiento que se da dentro del dohyo. Esperemos que este deporte siga respetando al pasado como lo hace en la actualidad.
Este deporte en esencia es bastante simple. Dos luchadores tienen como objetivo sacar a su oponente del dohyo (círculo) o que toque el suelo con cualquier parte de su cuerpo a excepción de los pies. Antes del combate, se produce un ritual en el que los adversarios se ponen de cuclillas y se miran a los ojos, tirando sal al aire para purificar el círculo. La lucha en sí generalmente dura pocos segundos, aunque en ocasiones puede alargarse varios minutos.
La caballerosidad es un rasgo primordial de sumo. Apenas hay malos modos ni excesivos gesto de alegría cuando se vence. La decisión del árbitro, que viste con traje típico de guerrero japonés, es sagrada sea correcta o no. Para muchos este deporte es casi una religión o un modo de vida. Durante los seis torneos importantes que se celebran al año, el país se paraliza para homenajear a sus guerreros nacionales.
A los luchadores de sumo se les asigna una categoría dependiendo de sus resultados. Las principales son sekiwake, ozeki y sobre todo, yokozuna. Los afortunados que consiguen ser yokozunas no pueden ser ya privados de ese honor, aunque se da por hecho que cuando sus resultados no sean los adecuados rechazará a su puesto, retirándose de la profesionalidad. Solo 67 luchadores han llegado a este rango en toda la historia. Algunos de ellos héroes nacionales en el páis del sol naciente como Kitanoumi, Takanohana, y dos de lo últimos, Musashimaru y Akebono, los dos únicos extranjeros capaces de entrar en el tradicional deporte japonés. Nacidos en Samoa y Hawai respectivamente, estos dos luchadores, han abierto nuevas puertas a este deporte. La globalización también ha sido capaz de llegar al sumo y el honor de ser yokozuna ya no queda solo reservado para los deportistas nacionales.
En España, solo las retransimisiones de Eurosport, nos acercan este curioso deporte milenario, que para los japoneses es mucho más que un simple juego en el que hay que sacar al adversario de un círculo. La historia de su propio país está reflejada en cada combate, en cada gesto y en cada movimiento que se da dentro del dohyo. Esperemos que este deporte siga respetando al pasado como lo hace en la actualidad.
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